lunes, 23 de abril de 2018

Carta

Estimado Cándido:

El género epistolar me exige ser breve, así que no me voy a detener a saludarte (que claramente lo estoy haciendo), a preguntar por la familia (igual sé que no tienes) o intentar sacarte un poco de información sobre lo que escribes (porque estoy seguro que jamás volverás a escribir algo, pobre ágrafo enfermo). Así que te soy directo. He revisado los manuscritos que me enviaste. Hmmm, no sé qué decir, más bien, no sé cómo expresarme. Vaya poeta. Más bien, pobre poeta. Se murió sin saber que escribía. Porque, aunque son canciones, poseen todo el rigor poético necesario para que el lector salga de su pasmado sueño, también necesario. Hay mucho Dalton, eso sí. Mucho Parra, también. Pero también hay tristeza, renuncia y desesperación. Cuando se burla de la izquierda y derecha, no me queda más que pensar: «¿Y vos dónde estás, pues».

Para mí, es un pobre poeta que no se encuentra, que nunca se encontró a sí mismo.

La última vez mencionaste que tenías más material. Me gustaría verlo, corroborar algunos detalles. Claramente, los poemas escritos en servilletas se han perdido. O tal vez no. Pero necesito más tiempo. Conozco a alguien que puede ordenar todos esos garabatos, reconstruir lo que estoy seguro serán poemas maravillosos. (incluso armar nuevos; no importa, igual eso es el poema: un montón de piezas que el lector ordena de forma arbitraria).

Como sé que ya no escribís, ni siquiera las respuestas a mis cartas, quedamos como la última vez, en el mismo restaurante.
No sé qué será de ti cuando ya no leas.

Tu buen amigo,

M. C.

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